Semillero de Periodistas ‘Álvaro Cepeda Samudio’
Durante siglos, la iglesia se valió de la campana y de sus expertos tocadores, como los instrumentos adecuados para llamar al pueblo a lo sagrado, en razón del fácil esparcimiento de su sonido, capaz de vencer las barreras de la lengua y los estorbos de la distancia.
Durante siglos, la iglesia se valió de la campana y de sus expertos tocadores, como los instrumentos adecuados para llamar al pueblo a lo sagrado, en razón del fácil esparcimiento de su sonido, capaz de vencer las barreras de la lengua y los estorbos de la distancia.
Así, las campanas constituían, de acuerdo con el nivel de desarrollo tecnológico de su tiempo, uno de los medios de comunicación a distancia más eficaces. Existían otros, de gran rapidez de difusión, como los sistemas de fogatas, por ejemplo, cuya señal luminosa recorría cada noche las torres de vigía de las costas, previniendo la llegada de piratas.
Pero los toques de campanas tenían una gran ventaja respecto de cualquier otro medio, ventaja que aún hoy les hace insuperables en algunos casos: no era preciso estar atento, mirando hacia la torre que emitía mensajes mediante destellos de colores, de sus fogatas o de sus banderas. Las campanas, a través de sus distintas combinaciones sonoras, llegaban instantáneamente a toda la comunidad.
No había que comprar ningún impreso; tampoco era preciso el empleo de ningún aparato. En el mismo momento toda la comunidad recibía informaciones de interés para el grupo. Las campanas se construían pensando en el alcance de sus sonidos, es decir, intentando superar los límites comunitarios, con lo que cumplían un doble fin: informar a toda la comunidad, llegando hasta sus límites, y superar esos límites, para recordar a los grupos vecinos la grandeza del propio.
En cuanto al campanero, durante muchos años hubo una doble y contradictoria visión de su trabajo, desde el punto de vista de quienes le encargaban la misión de anunciar y transmitir información. Por un lado, el campanero era miembro de los más bajos estratos de la sociedad, y por otro, era férreamente controlado para producir y transmitir los mensajes requeridos según las circunstancias y necesidades de la comunidad.
Quiero decir con todo esto que los toques de campanas eran realmente complicados, que debían ser interpretados de manera muy rígida, puesto que estaban enviando información de manera abstracta, convencional, de modo que cualquier cambio en el ritmo o en la combinación de campanas, podía alterar el mensaje o volverlo incomprensible. Sin embargo, su exigente y controlado trabajo, era considerado como sencillo, al alcance de cualquiera.
En los años sesenta ocurre un curioso y lamentable fenómeno: Los campaneros, rurales y urbanos, son sustituidos por motores. En algunos casos, sobre todo en los pueblos, se agudiza la emigración y el despoblamiento de los pequeños núcleos. En las ciudades, cuya población sigue creciendo, los campaneros se convierten en una exótica especie en vía de extinción.
Los nostálgicos campaneros comenzaron a desaparecer. Se impuso la necesidad del motor, que marcha con un pulsador y desde entonces las campanas ruedan monótonas, sin alma ni vibración y sin posibilidad de encadenarse en la armonía de unas combinaciones que antaño, convertían las torres de las iglesias en sitios de cotidianos conciertos...
Con la electrificación de las campanas se fueron los buenos campaneros, y significó también, la frustración de nuevas generaciones de personas dedicadas a este digno y noble oficio. Vale anotar, que tradicionalmente las casas quedaban al nivel de la iglesia y la torre se erguía por encima, facilitando la difusión de los sonidos y la identificación de los mensajes.
Ya no hace falta que nadie suba a lo alto del campanario, salvo en caso de emergencia, falta de energía eléctrica, por ejemplo. Ya no hacen falta cuerdas. Ya no hace falta aquel salto en el aire, apoyando los pies en la pared, para vencer con el peso del cuerpo el peso muerto de las campanas. Ya no hace falta: las campanas han sido electrificadas...
Todo va actualizándose. Las costumbres cambian. Son otras las necesidades. La industria y el campo se ponen al día, y por tanto, la Iglesia también. La técnica alcanza superiores niveles; la cultura y el arte son fundamentales en la vida humana; son mayores las aspiraciones, más altas las metas...El tiempo barre muchas cosas… se llevó a las campanas y a los campaneros, es decir, a medios de comunicación y a valiosos comunicadores por antonomasia…
La verdad es que la ausencia de los hermosos toques de campanas, en mañanas y tardes pueblerinas, llevando múltiples mensajes, códigos musicales que la comunidad interpretaba a la perfección, no afectan sólo a la comunidad religiosa: Aquellas melodías, compartidas durante siglos, no debieron ser sustituidas sin un razonamiento previo, sin una reflexión colectiva, por métodos electrificados que esparcen ritmos empobrecidos, sin el alma y la vibración que los campaneros les imprimían…
Con la electrificación de las campanas se fueron los buenos campaneros, y significó también, la frustración de nuevas generaciones de personas dedicadas a este digno y noble oficio. Vale anotar, que tradicionalmente las casas quedaban al nivel de la iglesia y la torre se erguía por encima, facilitando la difusión de los sonidos y la identificación de los mensajes.
Ya no hace falta que nadie suba a lo alto del campanario, salvo en caso de emergencia, falta de energía eléctrica, por ejemplo. Ya no hacen falta cuerdas. Ya no hace falta aquel salto en el aire, apoyando los pies en la pared, para vencer con el peso del cuerpo el peso muerto de las campanas. Ya no hace falta: las campanas han sido electrificadas...
Todo va actualizándose. Las costumbres cambian. Son otras las necesidades. La industria y el campo se ponen al día, y por tanto, la Iglesia también. La técnica alcanza superiores niveles; la cultura y el arte son fundamentales en la vida humana; son mayores las aspiraciones, más altas las metas...El tiempo barre muchas cosas… se llevó a las campanas y a los campaneros, es decir, a medios de comunicación y a valiosos comunicadores por antonomasia…
La verdad es que la ausencia de los hermosos toques de campanas, en mañanas y tardes pueblerinas, llevando múltiples mensajes, códigos musicales que la comunidad interpretaba a la perfección, no afectan sólo a la comunidad religiosa: Aquellas melodías, compartidas durante siglos, no debieron ser sustituidas sin un razonamiento previo, sin una reflexión colectiva, por métodos electrificados que esparcen ritmos empobrecidos, sin el alma y la vibración que los campaneros les imprimían…