domingo, 23 de marzo de 2008

La envidia: ‘Mejor despertarla que sentirla’



Se ha dicho que la envidia es tan antigua como el hombre y uno de los más protuberantes defectos de la humanidad, sobre todo al tornarse destructiva. Para algunos, la envidia forma parte de los instintos naturales, como el amor, los celos o la agresividad.



Para otros la envidia es un fenómeno adquirido en el contexto social. Viene a ser la cara oculta de la competitividad y constituye una de los móviles que desde las hordas primitivas, indujo a los hombres a disputarse el prestigio y el poder, motivados por la idea de triunfar a ‘cualquier precio’, en el seno de la colectividad donde nadie está conforme con ser menos que otro.

Tal vez por eso, en la historia de la humanidad, la enemistad entre hermanos sea tan frecuente. En la Biblia por ejemplo, la envidia está representada en la disputa entre Caín y Abel, un hecho que desde entonces ha servido para designar las intenciones de personas envidiosas o crueles.

Otro caso es el encontrado en el mito de la fundación de Roma, en el que Rómulo, impulsado por la ciega ambición y la envidia, mata a Remo, su hermano mellizo. En la América precolombina, en el Imperio Inca, se recuerda la muerte de Huáscar, a manos de su hermano Atahuallpa, con absoluta crueldad, para acceder al trono.



La envidia, como el amor y los celos, es también tema central en la literatura clásica, en las fábulas de Esopo, Samaniego y La Fontaine, cuyas moralejas permiten comprender mejor las causas de este mal y sus funestas consecuencias.

Así mismo, en los cuentos de hadas, que tienen su origen en la tradición oral y la memoria colectiva, encontramos personajes revestidos con el manto de la envidia, unas veces como simples alegorías y otras como lecciones ejemplarizantes.



El famoso reportaje del padre del nadaísmo Gonzalo Arango, a Martín ‘Cochise’ Rodríguez, contiene una frase inmortal del ciclista paisa: “En Colombia muere más gente de envidia que de cáncer”.

Los envidiosos, para procurar la caída de su rival, difaman, insultan, calumnian, acusan, y lo que es peor, al quedar sin argumentos, convierten la mentira en verdad y la verdad en basura. Los envidiosos viven “a Dios rogando y con el mazo dando.” Tienen un denominador común: Suelen ejercitar la maledicencia y el gusto por encontrar defectos en quienes les han superado. En todos los gremios hay envidiosos. No en balde reza el dicho: ¿Quién es tu enemigo? El de tu mismo arte…



La envidia es un arma miserable que puede ocasionar infinito daño. Esto refiere la fábula “El sapo y la luciérnaga”: “Cierta noche, una luciérnaga revoloteaba en un huerto, donde un envidioso sapo le lanzó un escupitajo venenoso. La luciérnaga cayó, pero antes de morir le preguntó: Por qué lo hiciste. Porque brillas”, contestó el malparido sapo.

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