Es lamentable, por decir lo menos, que gran parte de nuestra sociedad se empeñe en consumir modelos y productos provenientes de otros lares sin ninguna clase de reflexión o cuestionamiento, quizá porque imitar el comportamiento de la mayoría, es más fácil que adoptar conductas propias.
Basta con mirar en nuestro derredor, especialmente en los niveles de clase media y media-alta, para que surjan preguntas como las siguientes: ¿Para qué estamos educando a nuestras niñas? ¿Las educamos para que mañana sean princesas del jet-set? ¿Las educamos para futuras ‘prepagos’? ¿O las educamos para que sean enanas mentales y superfluas amantes de obesos ejecutivos?
Así parece… Por lo menos en buena parte de los sectores sociales mencionados, dada la insólita y aberrante insistencia con que se estimula la vanidad y la coquetería de nuestras niñas, escamoteándoles de paso, su participación en la realidad.
A la dulce nena se le permite que sea una maniática consumidora de basura impresa y de todo lo que, madre e hija, crean que representa la moda. La chiquilla se mira al espejo con la frecuencia y el histerismo de la madrastra de ‘Blanca Nieves’, y se vuelve una experta en cosmetología y publicidad.
Le insuflan manías e intereses de adultos. La matriculan en la trivialidad. Por eso es experta en la maledicencia y el chisme en todos sus niveles. Para colmo de males, nunca falta una tía que ponga en sus manos un ejemplar de “Cómo ser bella y coqueta”… ¡Qué lástima! A la mayoría de niñas de hoy, se le educa para el ocio, la servidumbre y la trivialidad.
La permeable chiquilla termina la primaria entre espejitos, telenovelas y chismografía. Mientras modelan a la pequeña odalisca remilgada, el tiempo pasa, termina la pubertad y llega la adolescencia, con muestras indiscutibles de sus intensos y desaforados instintos sexuales, al tiempo que los informes académicos retratan su pobre capacidad intelectual.
Entonces, la culpa de la evidente torpeza de la niña, la tiene la televisión. “Es que la nena ve mucha televisión”. ¡A buena hora!. Durante años, los ‘papis’, por comodidad, convirtieron a la televisión en institutriz de la pequeña, soñando con verla desfilar en las más famosas pasarelas del mundo, o como exitosa presentadora. Pero ya es tarde. Olvidan que la mediocridad dominante en el medio, origina la fabricación en serie de jovencitas desorientadas e insoportables… fatuas y ociosas… (¡Qué rico verte!… Te llamo luego, ¿bueno?...)
Desde los primeros años, a la niña no le conceden más opciones. Es inducida a la frivolidad y la dependencia, impidiéndole otra conducta y negándole la posibilidad de alimentar distintos intereses.
Es imperativa una infortunada conclusión: Los padres, -especialmente las madres alcahuetas- no permiten que sus hijas formen libre y adecuadamente su personalidad. Las instigan a practicar un desenfrenado culto a la apariencia, a la belleza física, desdeñando sus naturales y diversas facultades. Duele, pero hay que decirlo con sinceridad: Las están educando para inmorales cortesanas de un mundo en liquidación. Y eso al final de cuentas, es corrupción de menores.
Basta con mirar en nuestro derredor, especialmente en los niveles de clase media y media-alta, para que surjan preguntas como las siguientes: ¿Para qué estamos educando a nuestras niñas? ¿Las educamos para que mañana sean princesas del jet-set? ¿Las educamos para futuras ‘prepagos’? ¿O las educamos para que sean enanas mentales y superfluas amantes de obesos ejecutivos?
Así parece… Por lo menos en buena parte de los sectores sociales mencionados, dada la insólita y aberrante insistencia con que se estimula la vanidad y la coquetería de nuestras niñas, escamoteándoles de paso, su participación en la realidad.
A la dulce nena se le permite que sea una maniática consumidora de basura impresa y de todo lo que, madre e hija, crean que representa la moda. La chiquilla se mira al espejo con la frecuencia y el histerismo de la madrastra de ‘Blanca Nieves’, y se vuelve una experta en cosmetología y publicidad.
Le insuflan manías e intereses de adultos. La matriculan en la trivialidad. Por eso es experta en la maledicencia y el chisme en todos sus niveles. Para colmo de males, nunca falta una tía que ponga en sus manos un ejemplar de “Cómo ser bella y coqueta”… ¡Qué lástima! A la mayoría de niñas de hoy, se le educa para el ocio, la servidumbre y la trivialidad.
La permeable chiquilla termina la primaria entre espejitos, telenovelas y chismografía. Mientras modelan a la pequeña odalisca remilgada, el tiempo pasa, termina la pubertad y llega la adolescencia, con muestras indiscutibles de sus intensos y desaforados instintos sexuales, al tiempo que los informes académicos retratan su pobre capacidad intelectual.
Entonces, la culpa de la evidente torpeza de la niña, la tiene la televisión. “Es que la nena ve mucha televisión”. ¡A buena hora!. Durante años, los ‘papis’, por comodidad, convirtieron a la televisión en institutriz de la pequeña, soñando con verla desfilar en las más famosas pasarelas del mundo, o como exitosa presentadora. Pero ya es tarde. Olvidan que la mediocridad dominante en el medio, origina la fabricación en serie de jovencitas desorientadas e insoportables… fatuas y ociosas… (¡Qué rico verte!… Te llamo luego, ¿bueno?...)
Desde los primeros años, a la niña no le conceden más opciones. Es inducida a la frivolidad y la dependencia, impidiéndole otra conducta y negándole la posibilidad de alimentar distintos intereses.
Es imperativa una infortunada conclusión: Los padres, -especialmente las madres alcahuetas- no permiten que sus hijas formen libre y adecuadamente su personalidad. Las instigan a practicar un desenfrenado culto a la apariencia, a la belleza física, desdeñando sus naturales y diversas facultades. Duele, pero hay que decirlo con sinceridad: Las están educando para inmorales cortesanas de un mundo en liquidación. Y eso al final de cuentas, es corrupción de menores.
3 comentarios:
esto es verdad hay muchas pequeñas zorras en nuetra sociedad de hoy
No está citada María Elena Walsh, autora de gran parte de este texto.
Que gran artículo.
Estoy a punto del divorcio, mi mujer tiene un hijo de 15 años de otro compromiso; cada vez que le llamo la atención al chico porque trae amigos borrachos a la casa o ensucia el lugar donde vivimos, el me confronta invitándome indirectamente a pelear y me falta el respeto, su madre al escuchar que le llamo la atención inmediatamente sin preguntar que sucede lo defiende aunque el me haga gestos y falte el respeto delante de ella, incluso ella me empuja la cara humillándome delante de él. Lo siento pero la dejaré y que ella se haga cargo de lo que está creando; intenté ser un padre para ese chico pero ella solo quiso un niñero que aporte al hogar.
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