domingo, 13 de enero de 2008

¡Aleluya!... El criticado periodismo local mostró los dientes para implantar sonrisas en los rostros de anónimos magdalenenses


En la denominada ‘sociedad globalizada’ que nos ha correspondido vivir, certeramente visionada por McLujan, los medios de comunicación y en especial los periodistas, están llamados a jugar un papel muy importante en el desarrollo y esplendor de las comunidades, aunque a muchos les cueste reconocer la trascendencia incalculable de esta profesión, en ocasiones subvalorada, mil veces vilipendiada, pero de la que todos intentan valerse, siempre que las circunstancias así lo determinen.

El periodista de hoy debe ser un luchador social, que contribuya con frecuencia a mejorar la realidad de su entorno; que señale con dignidad, errores y situaciones anómalas que puede ayudar a mejorar, valido del incuestionable y no bien utilizado poder de los medios de comunicación, histórico caballito de batalla de unos y otros. El verdadero periodista debe ser vocero de los conflictos y las evidentes carencias de vulnerables comunidades, que ante las frustraciones sufridas a diario, provenientes de los estamentos políticos y de la clase dirigencial, comienzan a mirar al comunicador como soporte fundamental en la solución de sus más apremiantes necesidades.

Si el trabajo periodístico es realizado en un entorno donde prime la ética y la moralidad, la ciudadanía termina entendiendo que la fervorosa actividad comunicacional, puede resultar determinante en la construcción efectiva de desarrollo social, de verdadera democracia, y actuar con éxito en la defensa vehemente de los derechos del hombre, elemento básico e imprescindible en la edificación consistente y seria de la paz.

En la incomprensible aldea en que vivimos, vergonzosamente anclada en el tiempo, se volvió costumbre el ejercicio de una critica irrazonable y despiadada en grado sumo hacia los medios y los periodistas, a quienes exigen mayor participación y militancia comprometida en la denuncia de causa populares, en el entendido de que esa es una de las funciones básicas del periodismo actual… ¡Joden y joden!... ¡Gritan y blasfeman, según ellos, huérfanos de apoyo y solidaridad! Y repiten hasta la saciedad, en parques y cafetines, que los periodistas locales son lacayos de corruptos políticos y prehistóricos dirigentes; que son siempre frágiles y sobornables, incapaces e inoficiosos.

Pero como dicen unas cosas, deberían decir otras. Ya en los dolorosos estertores de diciembre, el redactor de El Tiempo en esta capital, Leonardo Herrera Delgans, un excelente comunicador, de claros ancestros cienagueros, pero con la indeseada pinta de seminarista cachaco y expulsado, hizo pública una lamentable situación, que afectaba a varias docenas de ancianos en el Departamento, a quienes hace ya muchos meses, de puro vacile, sin más allá y sin más acá, les bajaron sus dinosáuricas pero aún útiles dentaduras, con la promesa de que serían reemplazadas por modernas prótesis, fabricadas con materiales de última tecnología… Y hasta el sol de hoy…

La noticia, aparecida en el único diario nacional con el despliegue merecido, fue bien presentada, en un claro ejemplo de ágil reportería, por cierto, género central del periodismo. La información, seria y bien documentada, con buen soporte gráfico, lograba despertar en el lector distintas reacciones ante la crudeza del testimonio que contenía. Confieso que de la rabia inicial por la cipote vacilada que le pegaron al venerable grupo de ancianos, esparcido por el Departamento, pasé a la risa ingenua y espontánea, producida por la actitud franca del campesino que mostraba con envidiable desparpajo, el vacío crudo y pesimista de sus encías, que parecían huérfanas y humilladas por las extracciones efectuadas en medio de la prisa que genera el discurrir de campañas políticas, o hechas al calor de irresponsables implementaciones de programas sociales, en desesperados intentos por mostrar resultados, pobres y extemporáneos como las íngrimas encías que ahora lucen estos desafortunados magdalenenses, y que les obliga a ocultarlas con especial disimulo, en un comprensible acto de elemental vergüenza provinciana.…

Conocido el hecho, el arquitecto Omar Díazgranados, gobernador electo por esos días, se apresuró a tomar cartas en el asunto, y deben recordar, que fue uno de los temas tratados en el discurso de posesión, con la formal promesa de que la pronta solución del escabroso tema, tendría prioridad en su naciente administración. ¡Y al gobernador hay que creerle! Ahora ostentan una esplendorosa pero vacía sonrisa, de oreja a oreja, pletórica de esperanzas, y todo gracias a la correcta denuncia presentada por un periodista eficaz y autónomo, que sólo cumplía con su apasionado deber. Y todos callan ante la clara, rápida y positiva labor mediadora del periodismo raizal. Es el clásico silencio de los cómplices...

Si así no hubiere ocurrido, estos anónimos coterráneos a quienes debemos respeto y consideración, se hubieren llevado la vacilada del siglo, y presumo que bajo la débil sombra de sus ya raídos sombreros vueltiaos, se hubiese eternizado en sus arrugados y tostados rostros, la lamentable y hueca sonrisa que por ahora, todavía les avergüenza. En ese orden de ideas, y en honor a la justicia, resulta merecido un público reconocimiento a una gestión de los medios, de profunda humanidad y sentido social.

Este es un cuento como pocos, con un final acelerado y feliz, gracias a un periodista del patio, como quedó anotado, con cara de cachaco mamasantón, pero orgulloso practicante de un periodismo serio y al servicio indeclinable de la sociedad. ¡Aleluya!… El buen periodismo, por lo menos en esta ocasión, sacó sus efectivos dientes, para ponerles dientes también, a una carrandanga de magdalenense pobres y desprotegidos, víctimas de una broma de pésimo gusto: Les habían robado la bíblica resignación de sus dramáticas sonrisas...

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