Los diccionarios y los tratados religiosos la definen como un vicio, que desde el siglo VI consiste en el apetito desordenado de los deleites carnales, sólo porque así le pareció a Gregorio El Grande, Sumo Pontífice por esos tiempos, y eso le ha parecido también a los más de doscientos papas que le han sucedido. (¿Y de la pederastia qué?)
Así pues, por obra y gracia del tristemente célebre mandatario católico, desde entonces existe la lujuria, en ejemplar convivencia con sus primos hermanos la ira, el orgullo, la avaricia, la envidia, la pereza y la gula. Y para meterles miedo a los fervorosos creyentes, los doctos jerarcas de la Iglesia, le zamparon a la listica mencionada, un apelativo atemorizante: Los siete pecados capitales. Es hora de que traten de enmendar el error, por lo menos en lo referido a la lujuria.
En lo personal, estimo que el hecho mismo de que el deseo sexual haya sido visto, hipócritamente, con malos ojos durante tánto tiempo, hace que uno se detenga a pensar porqué, sobre todo, tratándose del único pecado que produce placer.
Vale recordar que Gregorio El Grande, fue el primer religioso en ocupar la silla de San Pedro, sin ser hombre culto, ni filósofo, ni teólogo, como lo admiten los anales de la religión católica. Quizá esta condición que poco le favorece, haya incidido en su equivocada determinación. (Dicen que Goyo era medio coralibe, jugador de billar y periodista empírico, pero sagaz para la política, bueno para las alianzas, promesero y furibundo amigo de las posiciones vitalicias)
En todo caso, el deseo de placer es natural en quien lo experimenta. Si nadie resulta dañado en la práctica de esa necesidad; si nadie resulta ofendido por ella o presionado para compartirla, ¿cuál es el problema? Además, la noción de desorden es relativa. Lo que es desorden para unos… ¡no es desorden para mis primas!
Estoy convencido de la urgente necesidad de rescatar a la lujuria de las acusaciones de beatas y santurrones; liberarla pronto del juzgamiento de confesores envidiosos y de los cepos de los puritanos. Es hora de empezar a verla más como virtud que como pecado capital. Aunque para algunos constituya una transgresión de principios religiosos, la lujuria es, precisamente, uno de los mecanismos que nos hace diferentes de los animales, que tienen limitado su deseo sexual a períodos favorables para la procreación. En cambio para nosotros, cualquier tiempo es bueno.
Si mis reflexiones son equivocadas y en efecto la lujuria es un pecado capital… y si es verdad que los lujuriosos van al infierno… que Dios se apiade de Jaime Barbosa, ‘Jaba’, y de mi tío Edulfo Saumeth… ¡Hace rato huelen a carne chamuscada!... ¡Par de depravados!
Así pues, por obra y gracia del tristemente célebre mandatario católico, desde entonces existe la lujuria, en ejemplar convivencia con sus primos hermanos la ira, el orgullo, la avaricia, la envidia, la pereza y la gula. Y para meterles miedo a los fervorosos creyentes, los doctos jerarcas de la Iglesia, le zamparon a la listica mencionada, un apelativo atemorizante: Los siete pecados capitales. Es hora de que traten de enmendar el error, por lo menos en lo referido a la lujuria.
En lo personal, estimo que el hecho mismo de que el deseo sexual haya sido visto, hipócritamente, con malos ojos durante tánto tiempo, hace que uno se detenga a pensar porqué, sobre todo, tratándose del único pecado que produce placer.
Vale recordar que Gregorio El Grande, fue el primer religioso en ocupar la silla de San Pedro, sin ser hombre culto, ni filósofo, ni teólogo, como lo admiten los anales de la religión católica. Quizá esta condición que poco le favorece, haya incidido en su equivocada determinación. (Dicen que Goyo era medio coralibe, jugador de billar y periodista empírico, pero sagaz para la política, bueno para las alianzas, promesero y furibundo amigo de las posiciones vitalicias)
En todo caso, el deseo de placer es natural en quien lo experimenta. Si nadie resulta dañado en la práctica de esa necesidad; si nadie resulta ofendido por ella o presionado para compartirla, ¿cuál es el problema? Además, la noción de desorden es relativa. Lo que es desorden para unos… ¡no es desorden para mis primas!
Estoy convencido de la urgente necesidad de rescatar a la lujuria de las acusaciones de beatas y santurrones; liberarla pronto del juzgamiento de confesores envidiosos y de los cepos de los puritanos. Es hora de empezar a verla más como virtud que como pecado capital. Aunque para algunos constituya una transgresión de principios religiosos, la lujuria es, precisamente, uno de los mecanismos que nos hace diferentes de los animales, que tienen limitado su deseo sexual a períodos favorables para la procreación. En cambio para nosotros, cualquier tiempo es bueno.
Si mis reflexiones son equivocadas y en efecto la lujuria es un pecado capital… y si es verdad que los lujuriosos van al infierno… que Dios se apiade de Jaime Barbosa, ‘Jaba’, y de mi tío Edulfo Saumeth… ¡Hace rato huelen a carne chamuscada!... ¡Par de depravados!
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