lunes, 14 de enero de 2008

Una carta sincera para un hermano incomparable

Querido Edgardo:

Por estos días, siento que la malparida enfermedad que me aqueja me acerca a la muerte con calculada frialdad y evidente morbo, como si con ello cumpliese un siniestro encargo, para verme sufrir arrodillado, para hacerme gritar suplicando perdón… para arrastrarme… pero no sabe que aprendí de mamá la terquedad y la porfía… Por cierto, Edgar… mi vida es una ‘muñequera’ diaria con la silla de ruedas y con las limitaciones derivadas de su indeseado uso. Es una tragedia impensable, que sinceramente, yo no merezco… Pero ya no importa. Soy un hombre sin dioses ni vasallos, sin Biblia y sin crucifijo…

Reviso con frecuencia el curso de mi vida, y siempre concluyo que estuve ceñido a las normas de oro de la humanidad, pregonadas por las diversas religiones, llámense como se llamen, todas interesadas en la resignación y la ceguera de sus adeptos, para seguir esquilmándolos en descarada actitud delincuencial.

Estoy listo para partir con dignidad y orgullo, con la convicción absoluta de la sencillez y la bondad de la muerte. Lamento que curas y pastores, monaguillos y predicadores, beatas y laicos promiscuos, hayan convertido a un acto liberador y sublime como la muerte, en una ridícula parafernalia, en la ocasión propicia para que algunas solteronas y casquivanas de todas las layas, exhiban sus mejores gafas, made in Maicao, en los refulgentes salones de empresas fúnebres, por cierto, modelos excelentes de organización comercial en la sociedad consumista de hoy. Y en el colmo de la hipocresía, de vez en cuando, las emperifolladas damitas lanzan un doloroso snif, snif, mientras reacomodan los delicados espejuelos sobre sus pulquérrimas narices, repletas de cirugías, en el repetido intento de lucirlos… a toda costa.

Creo haber sido un hombre sensato y alejado de pretensiones inalcanzables. De hecho, si hoy llegare la fatídica parca, sólo me llevaría, compadre, la frustración de no haberle llevado serenata con Poncho, en uno de sus cumpleaños. Admito que una segunda frustración sería no haber amanecido con Neneco donde las coyas históricas y gloriosas de San Juan del Cesar, bandidas incomparables y sublimes, inspiradoras de versos y de cantos inmortales, a las que siempre recordaré, porque una plomiza madrugada de abril, de angustias y sinsabores, me brindaron sus falsos amores y su más amplio catálogo de fingidas pasiones.

No abrigo temores. La posible cercanía de la muerte no me hace temblar. Por el contrario, me envalentona y rebeldiza; me da fuerzas para no someterme de inmediato a sus designios. Es obvio que si no creo en Dios tampoco creo en el diablo, y por tanto, no espero premios ni sanciones. Sé que he cumplido. Usted, mejor que nadie, sabe que he vivido lejos de las ambiciones y las vanidades. Me ha bastado con el orgullo indescriptible que me produce la honestidad y rectitud de mi familia, y la lucha permanente por la educación de mis hijos… ¡Hé ahí mi única e invaluable fortuna, que por supuesto, también es suya… también es de todos!

Si como parece, llego a partir antes que usted, le pido no niegue a mi familia su orientación ecuánime y su ayuda oportuna y leal, como corresponde a la hermandad apacible y alegre que hemos llevado desde nuestra más remota infancia, de la que recuerdo en especial, su tendencia temeraria en utilizar caballitos de palo para la destrucción de peligrosos y encumbrados ‘paracos’, de donde escapaban enjambres inmensurables de fieras avispas, que curiosamente a usted no lo perseguían, -como si con ellas tuviese un pacto-, mientras desataban una incansable persecución en mi contra. Es un misterio, que a pesar de los años transcurridos, usted no ha querido aclararme.

Algunas veces, todos, sin aparente razón, hacemos un rápido balance de nuestras vidas y de las ejecutorias cumplidas en su curso. Para ello, es recomendable establecer referentes específicos, que nos permitan sacar conclusiones objetivas, en lo posible. En su caso, es incuestionable que su ejercicio comparativo sería altamente positivo. ¿Acaso el cariño de comadre Margarita y la ternura penetrante de las tres Marías, más la placidez de su cálido hogar, no son indicativos de halagüeña cercanía a un concepto real y pragmático de felicidad?... Creo que sí, compadre…

En mi caso, a pesar de la dramática situación que vivo, a pesar de mis tortuosas cadenas, también debo concluir que mi paso por la vida no ha sido intrascendente, no ha sido vacío. En su discurrir, he tenido la oportunidad de compartir con Muñe, -camino que cruza mis montañas- y de procrear hijos, que seguramente serán útiles para la familia y la sociedad.

Maldigo con rabia y con la mayor vehemencia que mi corazón sea capaz de albergar, la nigérrima mañana en que dejé de caminar, terminando con ello mi condición de hombre libertario y bohemio, dueño arbitrario de noches azules y amaneceres dorados, y dueño además, de una heterodoxa catajarria de amigos y amores, que me hicieron creer alguna vez, que la vida me sonreía… ¿A quien puedo reclamar por mi hiperbólica desgracia?...

Por ahora, compadre, 'se la dejo ahí'… Cordial abrazo…

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