A Manolo
Una mañana malparida, el narrador despertó sin la sonoridad de sus palabras. De manera insólita, una romería de fonemas traidores se desgajaron de su alma y abandonaron su garganta, cual exótica y mustia caravana sin norte y sin razones.
Algunos creímos que pronto regresarían. Que le estaban ‘mamando gallo’ al relator alegre… pero nó. Las palabras, como las mujeres, son impredecibles… ¡Quien sabe por dónde andan las ingratas casquivanas!... Pero donde quiera que se encuentren, ya deben saber que su verdadero dueño es un valiente guerrero, que sabe sortear las adversidades.
Al fin y al cabo, sin ellas, el narrador alegre continúa bebiendo los efluvios amorosos de apasionadas hembras. Y además, su amado equipo, no hace méritos para que vuelva a escucharse su singular grito de gol y el popular estribillo que le acompañaba…. ¡Ánimo relator!...Yo, como tú, ahora no sé qué pensar de Dios y su supuesta infinita bondad.
Sin embargo, presiento que una de estas tardes marineras, tejidas con el verdor de la esperanza y el dorado de lo divino, comenzará a caer para ti una hermosa llovizna de vocablos, envueltos en brillante felicidad. Y luego, divisarás en el horizonte policromado, una catajarria de palabras bandidas, de andar cansino, que vuelven sumisas hacia ti, para no volar jamás a otra tormentosa peregrinación.
Esa tarde, seré yo quien grite con renovado júbilo… “Listo… se cayó el cordel… el que gana es el goza”…
Una mañana malparida, el narrador despertó sin la sonoridad de sus palabras. De manera insólita, una romería de fonemas traidores se desgajaron de su alma y abandonaron su garganta, cual exótica y mustia caravana sin norte y sin razones.
Algunos creímos que pronto regresarían. Que le estaban ‘mamando gallo’ al relator alegre… pero nó. Las palabras, como las mujeres, son impredecibles… ¡Quien sabe por dónde andan las ingratas casquivanas!... Pero donde quiera que se encuentren, ya deben saber que su verdadero dueño es un valiente guerrero, que sabe sortear las adversidades.
Al fin y al cabo, sin ellas, el narrador alegre continúa bebiendo los efluvios amorosos de apasionadas hembras. Y además, su amado equipo, no hace méritos para que vuelva a escucharse su singular grito de gol y el popular estribillo que le acompañaba…. ¡Ánimo relator!...Yo, como tú, ahora no sé qué pensar de Dios y su supuesta infinita bondad.
Sin embargo, presiento que una de estas tardes marineras, tejidas con el verdor de la esperanza y el dorado de lo divino, comenzará a caer para ti una hermosa llovizna de vocablos, envueltos en brillante felicidad. Y luego, divisarás en el horizonte policromado, una catajarria de palabras bandidas, de andar cansino, que vuelven sumisas hacia ti, para no volar jamás a otra tormentosa peregrinación.
Esa tarde, seré yo quien grite con renovado júbilo… “Listo… se cayó el cordel… el que gana es el goza”…
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