viernes, 4 de enero de 2008

Un ángel sinvergüenza y parrandero

Como estos son días de crisis en muchas de las órbitas de nuestras vidas, en ocasiones parece que necesitáramos de alguien a quien responsabilizar de nuestros fracasos y dificultades, con el propósito de calmar los remordimientos, e intentar, cándidamente, despojarnos de culpabilidad.

De un tiempo a esta parte, se puso de moda la creencia de que cada uno de los mortales cuenta con su propio ángel protector, al viejo estilo de los piratas que andaban con un loro parlanchín en los hombros, mares arriba, mares abajo. Sobre el tema son muchos los libros publicados y los textos aparecidos en periódicos y revistas.

De acuerdo con ellos, los ángeles velan por nuestra seguridad, asumen nuestra defensa, y ejercitan una gestión permanente ante las altas esferas administrativas celestiales para que nada nos ocurra. Según los expertos, actúan dentro de una dimensión puramente espiritual, lejos de las ambiciones de dinero y poder. Por ello, no entregan números ganadores de loterías ni nada por el estilo. Tampoco adelantan labores detectivescas para confirmar o desvirtuar la posibilidad de un ‘cacho’.

En medio de la malparidez existencial en la que vivo, a veces me pregunto… ¿Dónde andará mi ángel? Jamás he sentido su presencia. Me quedé sin escolta o en el colmo de mi mala suerte, me fue asignado un ángel incompetente, burócrata, irresponsable y mamador de gallo. Lo cierto es que en los momentos cruciales de mi vida, no ha aparecido para brindarme protección. Por ejemplo… ¿Dónde estaba el día de mi matrimonio?... ¿Por qué no me advirtió de la ‘vacaloca’ en la que me estaba metiendo?... ¿Por qué no me dijo que Muñe resultaría una fiera?...

Si acaso tengo ángel, -por la orfandad celestial en la que he vivido-, a ese bellaco lo imagino acostado en un pintoresco chinchorro, bajo la sombra de una ceiba legendaria, oyendo a Diomedes, disfrutando de un refajo afrodisíaco, tratando de calmar los efectos de un guayabo descomunal, mientras a mí me pasa de todo. ¿Dónde estaba el desgraciado el día que dejé de caminar?...

El cuento de los ángeles surge, probablemente, como reacción a un mundo cada vez más violento y sórdido, donde han sido invertidos los valores. La ansiedad por el reencuentro con lo inocente y puro, se ha convertido en una meta interior de los hombres, acosados por el detritus de la sociedad actual.

Como sea, no me ha ido bien con mi supuesto guardaespaldas. O quizá, como un compadre me decía, mi ángel terminó pareciéndose a mí, por lo que archivó sus alas, renunció a sus facultades divinas, y ahora somos dos los que vamos por el mundo, solos, enguayabados y absolutamente desamparados. ¡Bonita vaina!... Si por lo menos empujara mi silla de ruedas…

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