En este tema soy taxativo, perentorio, dictatorial… Olvido mi talante democrático. Sólo hay una verdad: Las mujeres de mi generación son las mejores. ¡Y punto! Sus edades hoy fluctúan entre los cuarenta y los cincuenta años. He vuelto a ver algunas: bellas, serenas, comprensivas, sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras, a pesar de unos cuantos cabellos teñidos, patas de gallo maquilladas o de esa afectuosa celulitis afincada en los muslos, pero que las hace tan humanas, tan reales… tan hermosamente reales…
Hoy casi todas están casadas… o divorciadas y rejuntadas con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero… y al cuarto… ¡Qué importa! Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería, conservada como una ciudad amurallada, que en ocasiones especiales abre sus puertas a algún distinguido visitante.
¡Qué bellas son las mujeres de mi generación! Crecieron bajo el influjo de la música de los Beatles; asistieron al deslumbrante nacimiento del “boom” latinoamericano. Adoraban a García Márquez y a Cortázar. A Marilyn y a Elvis. A Sandro de América y a José Alfredo Jiménez. A ‘Cheo’ Feliciano y a Alfredo Gutiérrez.
Son herederas de la revolución sexual de la década del 60 y de las corrientes feministas que supieron combinar libertad con coquetería; emancipación con pasión; sexo con pastillas; reivindicación con seducción. Jamás vieron en el hombre al enemigo, pero les cantaban sus verdades. Comprendieron que emancipación era algo más que poner al compañero a lavar el baño, o a cambiar el rollo de papel higiénico, decidieron pactar para vivir en pareja, una forma de convivencia que todavía se critica, pero que ha dado excelentes resultados, y hasta hoy, ha demostrado ser un método insuperable.
Las mujeres de mi generación se adornaban con collares precolombinos; se aburrieron de a minifalda y dejaron por ahí, tirado al desgaire, flecos de su complaciente himen, una noche loca de viernes, después de bailar twist, tomar ron con Pepsi, y dejarse embrujar por alguien que les habló de Vargas Vila, Kafka, Nícola Di Bari, Gonzalo Arango…
En el fondo de sus bolsos, siempre había cajetillas de Camel y Lucky, un tabaquito de marihuana; el infaltable cartoncito de Microgynon, y casi siempre, un libro de Simone de Beauvoir. Si se aburrían de nosotros, nos herían con la voz inmortal de Héctor Lavoe, un auténtico clásico del periodismo y del despecho: “Tu amor es un periódico de ayer”…
En los pasillos y cafetines de las universidades, hablaron con pasión de política y quisieron cambiar el mundo, tomando tinto, perdiendo materias y cantando versos de Piero y su personaje ‘Juan Boliche’. A pesar de tanta belleza, supieron ser reinas bien educadas, sin caprichos ni egoísmos. Diosas con sangre humana, capaces de recibir a un amigo nostálgico y borracho, en el azul de una madrugada cualquiera, para calmar su ebria ansiedad, dejándole escuchar “Amada Amante” o “Mi canto sentimental”. ¡Qué bellas son las mujeres de mi generación!
Hoy casi todas están casadas… o divorciadas y rejuntadas con la idea de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero… y al cuarto… ¡Qué importa! Otras, aunque pocas, mantienen una pertinaz soltería, conservada como una ciudad amurallada, que en ocasiones especiales abre sus puertas a algún distinguido visitante.
¡Qué bellas son las mujeres de mi generación! Crecieron bajo el influjo de la música de los Beatles; asistieron al deslumbrante nacimiento del “boom” latinoamericano. Adoraban a García Márquez y a Cortázar. A Marilyn y a Elvis. A Sandro de América y a José Alfredo Jiménez. A ‘Cheo’ Feliciano y a Alfredo Gutiérrez.
Son herederas de la revolución sexual de la década del 60 y de las corrientes feministas que supieron combinar libertad con coquetería; emancipación con pasión; sexo con pastillas; reivindicación con seducción. Jamás vieron en el hombre al enemigo, pero les cantaban sus verdades. Comprendieron que emancipación era algo más que poner al compañero a lavar el baño, o a cambiar el rollo de papel higiénico, decidieron pactar para vivir en pareja, una forma de convivencia que todavía se critica, pero que ha dado excelentes resultados, y hasta hoy, ha demostrado ser un método insuperable.
Las mujeres de mi generación se adornaban con collares precolombinos; se aburrieron de a minifalda y dejaron por ahí, tirado al desgaire, flecos de su complaciente himen, una noche loca de viernes, después de bailar twist, tomar ron con Pepsi, y dejarse embrujar por alguien que les habló de Vargas Vila, Kafka, Nícola Di Bari, Gonzalo Arango…
En el fondo de sus bolsos, siempre había cajetillas de Camel y Lucky, un tabaquito de marihuana; el infaltable cartoncito de Microgynon, y casi siempre, un libro de Simone de Beauvoir. Si se aburrían de nosotros, nos herían con la voz inmortal de Héctor Lavoe, un auténtico clásico del periodismo y del despecho: “Tu amor es un periódico de ayer”…
En los pasillos y cafetines de las universidades, hablaron con pasión de política y quisieron cambiar el mundo, tomando tinto, perdiendo materias y cantando versos de Piero y su personaje ‘Juan Boliche’. A pesar de tanta belleza, supieron ser reinas bien educadas, sin caprichos ni egoísmos. Diosas con sangre humana, capaces de recibir a un amigo nostálgico y borracho, en el azul de una madrugada cualquiera, para calmar su ebria ansiedad, dejándole escuchar “Amada Amante” o “Mi canto sentimental”. ¡Qué bellas son las mujeres de mi generación!
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