Creo firmemente que la expresión ‘nojoda’ es el más grande milagro semántico. ¿Quién sería su inventor? Quienquiera que haya sido, ese anónimo filólogo merece la máxima distinción lingüística universal, por la polifuncionalidad del término, por su extraordinaria belleza fonética; por la fantástica permeabilidad que posee, y en fin, porque una nojoda bien tirada es una sublime melodía, capaz de resolver muchas situaciones enredadas.
En el caribe colombiano, la popular alocución sirve para todo… como la aspirina. Su significado es absolutamente circunstancial, derivado del momento emocional que se viva y de sus diferentes entornos. Así, puede significar sorpresa, dolor, estupefacción, valentía, pusilanimidad, imprudencia, sabiduría, ignorancia…
De forma que la simple adición de una nojoda, imprime a la frase que la antecede, una vigorosa carga explosiva, volviéndola categórica e inapelable. Por estas tierras, la nojoda es nuestra compañera inseparable. Pertenece al alma de los pueblos y su vigencia tiene un fuerte arraigo cultural, por encima de su inexistencia académica. En mi sentir, es un código mágico que facilita el proceso comunicativo, y lanzada con vehemencia, produce resultados milagrosos, por su maravilloso poder de persuasión.
No es de extraña por tanto, la nojoda alucinante y lujuriosa, que brinca desnuda en medio de una acalorada función erótica. O la nojoda sentimental, romántica y cuasi silente, brotada de los labios de un amante sudoroso, mientras desmonta de su complaciente corcel, al término de una apasionante fruición amorosa.
El modo peculiar de hablar costeño, está profundamente influenciado por la musicalidad, la sal y la pimienta, elementos aportados por la cuota africana en nuestro proceso de formación cultural. En esas características radica el éxito de la palabra en referencia.
Alario Di Filipo la incluye en su “Lexicón de colombianismos”, pero sólo en el sentido de ¡no moleste! y apenas apareció consignado en la vigésima primera edición del Diccionario de la Real Academia. No figura en diccionarios como el Larousse y el Salvat. Tampoco en el Diccionario Secreto, de José Camilo Cela, dedicado al análisis de gruesos vocablos.
En ocasiones me pregunto: ¿Qué sería de nosotros sin la nojoda?... Imagino que la vida sería tediosa y sombría, carente del brillo sonoro y lingüístico que dimana de tan útil expresión… ¡Viva la nojoda!...
En el caribe colombiano, la popular alocución sirve para todo… como la aspirina. Su significado es absolutamente circunstancial, derivado del momento emocional que se viva y de sus diferentes entornos. Así, puede significar sorpresa, dolor, estupefacción, valentía, pusilanimidad, imprudencia, sabiduría, ignorancia…
De forma que la simple adición de una nojoda, imprime a la frase que la antecede, una vigorosa carga explosiva, volviéndola categórica e inapelable. Por estas tierras, la nojoda es nuestra compañera inseparable. Pertenece al alma de los pueblos y su vigencia tiene un fuerte arraigo cultural, por encima de su inexistencia académica. En mi sentir, es un código mágico que facilita el proceso comunicativo, y lanzada con vehemencia, produce resultados milagrosos, por su maravilloso poder de persuasión.
No es de extraña por tanto, la nojoda alucinante y lujuriosa, que brinca desnuda en medio de una acalorada función erótica. O la nojoda sentimental, romántica y cuasi silente, brotada de los labios de un amante sudoroso, mientras desmonta de su complaciente corcel, al término de una apasionante fruición amorosa.
El modo peculiar de hablar costeño, está profundamente influenciado por la musicalidad, la sal y la pimienta, elementos aportados por la cuota africana en nuestro proceso de formación cultural. En esas características radica el éxito de la palabra en referencia.
Alario Di Filipo la incluye en su “Lexicón de colombianismos”, pero sólo en el sentido de ¡no moleste! y apenas apareció consignado en la vigésima primera edición del Diccionario de la Real Academia. No figura en diccionarios como el Larousse y el Salvat. Tampoco en el Diccionario Secreto, de José Camilo Cela, dedicado al análisis de gruesos vocablos.
En ocasiones me pregunto: ¿Qué sería de nosotros sin la nojoda?... Imagino que la vida sería tediosa y sombría, carente del brillo sonoro y lingüístico que dimana de tan útil expresión… ¡Viva la nojoda!...
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