viernes, 4 de enero de 2008

¿Y de los corruptos qué?

En ocasiones me pregunto: ¿Cómo podría medirse el dolor?... ¿Quizá con un ‘lagrimómetro’ que cuente el número de lágrimas en un acceso de llanto?... Suena ridículo, pero resulta viable, si recordamos que en la compleja sociedad de hoy, existe una notable tendencia a medirlo todo, con base en las encuestas.

Así, la ‘percepción’ de los fenómenos sociales se construye sobre la indagación a personas y/o grupos de personas: Ejecutivos, académicos, políticos, periodistas… Y sobre las respuestas, como por arte de magia, se infieren los resultados.

Por ejemplo, la percepción referida a la disminución de la corruptela administrativa, presenta halagadoras estadísticas, sin duda, solo en apariencia, como es de esperarse en un gobierno de mano dura como el actual, que pretende seducir a inversionistas extranjeros. Pero cuando algo descubren y denuncian, solo se habla de aquellos funcionarios que “no supieron hacer las cosas” y terminan rotulados como ‘corruptos’.

Pero recordemos que para aplaudir se necesitan dos manos. Nada se dice sobre los corruptores, los hacedores de buenos negocios gracias a los funcionarios corrompidos, sería lo ideal, no propiamente para eludir la responsabilidad de los funcionarios públicos, sino para analizar en toda su dimensión un fenómeno que hace muchos años preocupa a numerosas organizaciones de la sociedad civil.

Sin apelar a las encuestas, basta con estar atentos a la cantidad de encuentros que se realizan en el país, casi siempre liderados por los órganos fiscalizadores, para compartir experiencias y tratar de entender y combatir a la corrupción como un fenómeno social que va más allá de las coimas. A la luz de la experiencia de países que han hecho grandes esfuerzos por combatirla, se concluye que el mejor antídoto es el fomento de una ‘cultura de la legalidad’.

En lugar de consumidores o electores, nuestra sociedad requiere ciudadanos conscientes de sus derechos, que no sólo griten arengas y estribillos, sino que sepan qué reclaman. Que la decencia democrática sea un valor incorporado culturalmente y que los dineros mal habidos avergüencen, en lugar de conceder el prestigio social que otorgan actualmente, convirtiendo a sus propietarios en “ricos y famosos”….

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